Nunca lo dije y nunca lo he dicho
sólo lo pensé:
el 18 de Febrero llama a otro
día de cambio,
día de redención eterna,
para enderezar mi torcida vida
enferma desde aquel día
que me cambió
y cuyo resultado soy yo
¡mi propio profeta!
y esta es mi autoprofecía de los símbolos
del dolor y los amores
que pudiera ser que ayer, sin yo darme cuenta
-como la otra vez-
tocara mi puerta.
¿Es posible que me equivoque?
Lo es como otras tantas veces,
pero nunca tuve la certeza del símbolo falso,
de mi propia profecía
de mi etérea mitología
que todos los días me dice
que un 18 de Febrero me robó la vida
y otro 18 de Febrero vendrá para devolvérmela,
como, tal vez,
ayer.
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