Crucemos los dedos
y nuestras vidas
para llamar a la suerte
y pasar sin que se diga que pase nada,
como en los cuentos
cuando ya todo es felicidad.
Miraremos entonces atrás,
y podremos contar nuestras aventuras
terminando con un
“fueron felices y comieron perdices”,
aunque a mí realmente no me importe
lo que comamos.
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